viernes, 16 de marzo de 2007

atardeceres en Time Square


No le hizo falta más que cerrar los ojos y respirar profundo para sentirse libre otra vez.
Estaba otra vez allí, y por tanto, nada más importaba en el mundo.
Caminaba distraída, mirando a todas partes, dejándose guiar por algún impuslo interior que la llevaba sólo a donde ella realmente quería ir.
Otra vez Time Square.
Estaba anocheciendo, y las luces de neón, y las voces de la gente, y los sonidos de la vida en la ciudad parecieron intensificarse a medidad que oscuerecía. Las venas de la ciudad laten con más fuerza por la noche, murmuró, reflexiva.
Pero...still I can't scape the ghost of you...
Duran Duran sonaba en alguna tienda, desgarraba la tarde, envolvía sus pasos.
No podía escapar de sus fantasmas, no, ella tampoco. La habían perseguido por medio mundo, no le daban tregua. A veces todo parecía tan lejano estando cerca, y a veces, estando lejos, todo tan cercano...
Nunca supo bien qué había sido de él, tal vez no le importaba demasiado, pero en ese momento, rodeada de gente y de vida, sentía su presencia vivísima a su lado, como si estuviera respirando en su oido y acariciando su nuca, como si hubiera sorteado los obstáculos burlándose del tiempo y el espacio. Siempre hacía lo mismo en las tardes en las que ella se sentía nostálgica, el bandido.
Aunque había intentado olvidarlo, todavía recordaba esos atardeceres de luz filtrada a través de persianas, de sábanas revueltas, de confesiones a media voz, de miradas veladas y besos desmayados.
Aquellas noches de sentimientos tempestuosos, a flor de piel y que quemaban el alma.
Y de repente añoró poder susurrarle al oído todo lo que le quiso decir y nunca le dijo. Y añoró todo lo que quiso oír y nunca le dijeron.
Aspiró nuevamente la brisa noctura. Pesada, eléctrica, cargada de presagios, anunciaba lluvia.
Caminaba resuelta, pisando fuerte por Nueva York, aunque ella no estaba ahí realmente, estaba a miles de quilómetros de allá, en medio probablemente de ninguna parte, tratando de ahuyentar los fantasmas, intentando poner orden a su mente revuelta.
Miró al suelo.
La gente, los coches, el ruido, la vida, se pararon en ese mismo momento a su alrededor. Se agachó y cogió del suelo una fotografía sucia, pisoteada y arrugada, pero que le arrancó de las entrañas un grito ahogado.
La silueta de dos amantes de verano se recortaba contra el azul verdoso del mar, contra el cielo luminoso y límpido. Era una foto de ellos dos, de hacía algunos años, en alguna cala abandonada de la Costa Brava.
Seguramente se le habría caído a ella misma, días atrás, andando tan distraída como ese día por las calles tumultuosas.
Una vaharada de un olor familiar la envolvió; el olor de su piel, que nunca había conseguido borrar de su mente, y tantos recuerdos y tantos sentimientos se agaloparon en torno a ella, sacudiéndola de arriba a abajo. Maquiavélica coincidencia, en aqulla tarde de sensaciones inquietantes, en aquella ciudad trepidante que casi había hecho que se olvidara hasta de su nombre.
El aguacero cayó, de pronto, con toda su furia, empapándola, mientras ella aún sostenía el retrato envejecido de tiempo y olvido.

1 comentario:

Alberto Mateos dijo...

Madre mia como escribes jime! A ver cuando te publican el libro porque estoy deseando fotocopiarmelo jajaja.
Un besazo.