lunes, 28 de mayo de 2007

pasar de largo, cruzar los brazos

Aunque pasar de largo, cruzar los brazos, pueda parecer un gesto cobarde, no hay mayor coraje en el corazón de aquél que se enfrenta sin armas a alguien con armas. Mientras la violencia siga engendrando violencia, el único camino para conseguir la paz será la propia paz.


Si estas dispuesto a hacer un buen corte de mangas
a quien te ordene conquistar aquella playa,
tender un puente, acorralar a algún vecino
en el supuesto que atacara el enemigo.

1968, primavera en Praga. Miles de estudiantes se enfrentan desarmados a los tanques del Pacto de Varsovia. Decenas de muertos, pero el principio del fin del monstruo soviético.



Tal vez mañana no habrá nada que escupa fuego
y el que se invente el tirachinas le colgaremos

Lisboa, 1974. Los civiles toman las calles, levantándose en masa contra el dictador Spínola. Armados, sí, pero con claveles.



Si el peligro es que te llamen mal patriota
los que siempre hacen las cosas por pelotas
menuda gloria, menuda gloria.

En Estados Unidos decenas de soldados y oficiales se niegan a ir a la Guerra de Irak. Son condenados por ello por cometer un delito anticonstitucional.



pero piensas que esos meses son robados,
los que te hacen dar servicio de soldado
son tan largos, son tan largos.

Objetores de conciencia en todo el mundo son encarcelados por no querer cumplir servicio militar. Pero siguen prefiriendo algunas rejas que tener un rifle en las manos.



Aqui estoy cautivo, solo y desarmado
no hay mejor defensa que cruzar los brazos
pasar de largo, cruzar los brazos.

Gandhi, con su resistencia no violenta, devolvió a India la esperanza e inició un movimiento pacifista que finalmente les otorgó la independencia del imperio británico, y que ha servido de inspiración a miles de personas y organizaciones en todo el mundo.

(y cientos de otros ejemplos...)


en palabras de Victor Manuel:
"yo creo que nada hay más radical contra la carrera armamentística que sentarse en el suelo, cruzar los brazos, y dejar que el tanque te pase por encima".

Creas o no en lo que dices, gracias por esas palabras.

resaca de elecciones y otras reflexiones

Lo prometí y lo hice:
Le di mi voto al partido cuyo programa electoral me gustó más, y por una vez me alejé de las garras afiladas del bipartidismo.
Ahora ese partido en Pinto tiene la llave del gobierno municipal: PP y PSOE están empatados a concejales, y este pequeño partido independiente (Juntos por Pinto), con una cifra nada desdeñable de dos concejales, tiene el poder de decidir con quién pactar, y por lo tanto, a quién relegar a la oposición y a quién regalarle el ayuntamiento.
¿Qué hará este partido? ¿Se irá con quién más euros le ponga en la mano? ¿Será coherente con su ideolgía de izquierdas? (perdón, si es que en los tiempos que corren la izquierda y la derecha se diferencian en algo).
Y lo más gracioso de todo: ¿pactará alguno de los grandes partidos con aquél de cuyo candidato han dicho improperios de todo tipo públicamente en más de una ocasión?
Pues, claro que sí. No se puede esperar menos de la calaña política actual.
Qué queréis, que la vida está muy mal y ser concejal en un ayuntamiento con dinero como el de Pinto, es un caramelito al que nadie está dispuesto a renunciar.
Ay...estos políticos.
Yo sigo confiando en que en los partidos haya gente honrada, gente joven o no tanj oven, con vocación clara de poner su talento al servicio de los ciudadanos. Pero pobres, cómo se va a esperar lo mejor de ellos con sueldos en las alcaldías y las concejalías casi indecentes, y la posibilidad de meter mano en las arcas municipales (nadie se va a enterar...esto para el pueblo entero no supone nada, para uno sólo es mucho dinero...). Para aliviarles la pesada carga de la conciencia a estos muchachos, yo propongo que se les baje a los políticos el suelo a poco más del salario mínimo.
Ya veríamos entonces si el señor Castro, el ilustre alcalde de Getafe, tras veintitantos años dirigiendo el cotarro de su ciudad, se presentaría de nuevo a las municipales. No creo, porque entonces no se podría pagar su palacete cerca de la sierra madrileña.
Si el salario fuera bajo, sólo tendríamos en los mandos dirgintes a gente que le importe de verdad lo que hace, no medioburgueses acomodados a la vida fácil, y a los que, por supuesto, no se les saca del sillón ni a tiros.
Por que esa es otra: los años y años que algunos se tiran al mando de un ayuntamiento o de una concejalía (sobre todo los concejales, porque a los alcaldes en cierta medida los podemos elegir, a los últimos, no). Muchas veces se cargan, con sutiles maniobras políticas, a futuros y brillantes candidatos, de los que temen les puedan quitar el puesto.
Y el entramado político, por lo menos en los ayuntamientos pequeños, funciona así: fulanita es concejala por ser amante de no sé quién, a este otro le debía un favor, éste es amigo de toda la vida...QUÉ VERGÜENZA.
Prometo que a las elecciones siguientes me presento yo; y no os preocupéis, que robaré, recalificaré, venderé favores y mentiré al pueblo todo lo que haga falta y más: es decir, estaré a la altura.

martes, 22 de mayo de 2007

Madrid, Madrid, Madrid

A ritmo de pasodoble bebía una cocacola bien fría en un bullicioso barcito de la plaza Santa Ana.
Un joven inglés se le había acercado, viéndola sola, tras tenues y encendidas miradas que resbalaban implacables sobre su escote y la curva de su cintura. Con voz vacilante, con suave acento británico de ondulantes vaivenes, le preguntó su nombre, le preguntó si podía sentarse a su lado.
Ella se encogió de hombros, con un gesto mecánico le señaló una silla y siguió con la vista clavada en la pared forrada de carteles de folclóricas, de toreros bravos en traje de luces. No sabía por qué había entrado a aquel lugar de tursitas, en el que las cocacolas valían el doble de lo que deberían valer y los ansiosos anglosajones se arremolinaban en busca de alguna belleza morena y exótica de esas que habían visto en películas, oído en canciones.
Comenzó él entonces su diatraba sobre las maravillas de la capital española, sobre las maravillas de los madrileños, de la fiesta, de la sangría, del sorprendente calor en una tarde de abril en la que en londres con mucha suerte sólo estaría lloviznando.
Ella no contestó, apurando su cocacola, para deshacerse cuanto antes de la molesta compañía de parla inagotable que le hablaba de las excelencias de una ciudad que de la que ella había escapado.
¿te gusta madrid? ¿te gusta vivir en madrid? le preguntó, pero ella sólo le escucho a medias mientras se abría camino a penas entre la gente, tratando de alcanzar la puerta.
¿si le gustaba madrid? era una pregunta que se había hecho miles de veces, y nunca sabía qué contestar.
Salió a la calle, y en las aceras abarrotadas, en las terracitas abarrotadas, en las tiendas abarrotadas, se respiraba en todo Madrid la llegada del buen tiempo, y en los árboles solitarios que apagaban a medias nostalgias de horizontes verdes, habían brotado ya, como una explosión repentina e instantánea, las hojas verdes y los capullos de flores que más tarde se abrirían siguiendo un inexplicable instinto ancestral; los árboles no entendían de calendarios, pero nadie mejor que ellos sabía cuando llegaba la primavera. "Es más" pensó, con la mirada volando sobre las ramas ya no desnudas, ya no raquíticas, "ellos son la primavera".
De todas las ciudades que habían marcado su vida, Madrid era con diferencia la ciudad con la que ella había mantenido una relación más intensa, de amores y odios tempestuosos, de dependencia febril y agobio enloquecedor.
Cuando vivía en ella quería irse, cuando vivía fuera de ella la echaba desesperadamente de menos.
Pensó en lo que el inglés con incontinencia verbal había dicho acerca de esa (su) ciudad: que era joven, que era alegre, que vivía más de noche que de día, que la gente se tomaba el vermú a cualquier hora, que las chicas eran guapas y el acohol barato. Paseando su mirada por las estrechas callejuelas de las inmediaciones de la Plaza Mayor, comprendió que una ciudad como Madrid pudiera resultarle tan excitante a un londinense aburrido de niebla y lluvia. Le gustaba esa parte de la ciudad, más que los barrios cuadriculados de avenidas anchas en los que se respiraba tranquilidad y, por qué no, dinero. Le gustaba más el Madrid castizo, el madrid de callejuelas imposibles que se doblaban y replegaban sobre sí mismas una y otra vez, el Madrid laberíntico de pasadizos en los que apenas cabía un coche y que se convertían en el horror de cualquier turista desprovisto de un buen mapa callejero.
Mirando a la gente que paseaba tranquila en la ciudad atestada de tráfico y ruidos de bocinas, se dijo que no había conocido ciudad más frívola que Madrid; era una ciudad frívola, cosmopolita a medias, tolerante a medias, como un pueblo grande que no se hubiera ascostumbrado del todo al aluvión de inmigración y turismo. Excitante y temible a partes iguales, Madrid es la amante infiel que promete y a veces no cumple: y se la odia, pero no se puede evitar amarla.
El atardecer comenzaba a caer y ella se dirigió a la Cibeles paseando sin prisa por una calle Alcalá sorprendentemente descongestionada de tráfico y ruidos de motor: alguna obra de esas que destripaban la ciudad por cualquier sitio habría desviado el tráfico por la Gran Vía, por la Castellana tal vez. El aliento se le congeló en el pecho, como cada vez que pasaba por esa plaza de barrocos contornos; la Cibeles era el cénit absoluto de la belleza del Madrid en el punto cúlmine de su esplendor. Desde cualquier perspectiva, desde la Gran Vía viendo la Casa de América y el Banco de España, con la puerta de Alcalá a lo lejos, desde la Calla Alcalá con la vista del ángel metropolitano escuplido en oro y roca, o desde la castellana conteplando el nacimiento de la arteria principal de la ciudad, esa plaza le ayudaba a recordar por qué amaba a esa ciudad de noches interminables y rincones inciertos.
Llevaba un par de años sin vivir en Madrid, había salido de ella agobiaba por la lejanía de todos los mares posibles, pero la necesitaba en noches de insomnio y nostalgias inexplicables.
La gente que vivía en Madrid necesitaba salir por lo menos una vez al año y ver el mar, y ver el horizonte sin edificar; ella en cambio necesitaba zambullirse de vez e cuando en aquel océano de cemento y asfalto, y volvía entonces al sur de Francia revitalizada y odiándola y amándola más que nunca.
Se acordó de algo que había dicho alguna vez un tal Joaquín:
una ciudad invivible pero insustituible. Y eso era exactamente lo que era.

martes, 15 de mayo de 2007

Vincent




Para los que disfruten con el mundo oscuro y extraño de la retorcida mente de Tim Burton, un precioso corto del genial director narrado por Vincent Price.

miércoles, 9 de mayo de 2007

conversacion en la habitacion

La maleta sobre la cama sin hacer.
El dolor de cabeza que le martilleaba las sienes sin piedad.
Taquicardias provocadas por la ingesta exagerada de cafeína (últimamente llevaba una relación de amor-odio con el dichoso café).
Angustia existencial.
Llamadas desesperadas buscando consuelo fácil.
Por último, lágrimas que se derraman sin remedio.
¿Qué te pasa?- le pregunta el elefante de orejas raquíticas que está encima de la cama.
-Nada, que soy una vieja. Hoy Sergio no sabía quiénes son los Power Rangers.
-Así que estas atravesando la crisis de los 21. Pensaba que esa crisis no existía.
-Me la he inventado yo, afirma, mirando fijo por la ventana que le muestra las deliciosas vistas de la ventana de la vecina.
-Sólo eso. Que tienes 21. Pues yo llevo no sé cuántos años tirado encima de tu cama (a veces en en suelo), sin hacer nada, sin poder ir a ningun sitio, sin poder ligar con alguna elefanta facilona, y no me quejo.
-No, no es sólo eso. Supongo que es un poco de todo, un poco de nada.
-Como te expliques así de bien me parece que no voy a poder ayudarte.
_No necesito tu ayuda. necesito una botella de tequila y una tarta de chocolate.
-Tienes razón. eso de que el alchol no soluciona los problemas es un topicazo...
-Es que el tiempo pasa demasiado deprisa, joder- piensa, esta vez más tranquila después de haber llorado un poco. -es asombroso cómo anestesia el llanto. La proxima vez que no pueda dormir voy a pensar en cosas tristes y hala, a soñar.
Éste es uno de esos días en los que le apetece todo menos hacer una maleta. No hay cosa que más odie en el mundo, más aún en un día de calor insoportable, de dolor de cabeza, de confusión de analgésicos, de malestares de alergia, de agobios de responsabilidad (probablemente derivados de un inoportuno vistazo a los incomprensibles apuntes de econometría)...
El elefante se incorpora sobre sus patitas deshuesadas.
-Yo te hago la maleta si dejas de llorar, le dice. Pero llévame contigo, que nunca he montado en avión.
-No te lo aconsejo, le dice, secándose ls lágrimas. Estás acostumbraddo a dormir en una cama y mañana probablemente acabemos acampando en la cuneta de alguna autovía.
Él la mira sin creerla, y se encoje de hombros. Allá tú, le dice. Sabes de sobra que nadie más que yo aguanta tus gilipolleces premenstruales.
-Porque no te queda otro remedio, ella le mira con sorna, con una sonrisa burlona. No sabes andar, no te puedes ir.
-Pues vuelve con a q te consuelen tus libritos o la pantalla anodina de ese ordenador, y ya querrás abrazarme en las noches que te sientas sola.
Se da la vuelta, enfadado, y ella se siente culpable porque gracias a él está un poquito mejor. Se tumba en la cama junto a él y cierra los ojos, sin pensar en nada. Le quedan exactamente cuatro horas para tener que levantarse.
En realidad se ha puesto así por tener que hacer la maleta, y después de pensarlo un poco decide no hacerla.
Me va a salir más barato, piensa, y así me ahorro: qué me pongo hoy? .Además ya que voy en plan hippy, pues lo hago bien.
Y se siente más tranquila, abrazando a su elefante centenario, y, tirando de una patada la maleta de la cama, se duerme, por fin relajada, por fin descontaminada de los efectos tóxicos de la cafeína.