martes, 22 de mayo de 2007

Madrid, Madrid, Madrid

A ritmo de pasodoble bebía una cocacola bien fría en un bullicioso barcito de la plaza Santa Ana.
Un joven inglés se le había acercado, viéndola sola, tras tenues y encendidas miradas que resbalaban implacables sobre su escote y la curva de su cintura. Con voz vacilante, con suave acento británico de ondulantes vaivenes, le preguntó su nombre, le preguntó si podía sentarse a su lado.
Ella se encogió de hombros, con un gesto mecánico le señaló una silla y siguió con la vista clavada en la pared forrada de carteles de folclóricas, de toreros bravos en traje de luces. No sabía por qué había entrado a aquel lugar de tursitas, en el que las cocacolas valían el doble de lo que deberían valer y los ansiosos anglosajones se arremolinaban en busca de alguna belleza morena y exótica de esas que habían visto en películas, oído en canciones.
Comenzó él entonces su diatraba sobre las maravillas de la capital española, sobre las maravillas de los madrileños, de la fiesta, de la sangría, del sorprendente calor en una tarde de abril en la que en londres con mucha suerte sólo estaría lloviznando.
Ella no contestó, apurando su cocacola, para deshacerse cuanto antes de la molesta compañía de parla inagotable que le hablaba de las excelencias de una ciudad que de la que ella había escapado.
¿te gusta madrid? ¿te gusta vivir en madrid? le preguntó, pero ella sólo le escucho a medias mientras se abría camino a penas entre la gente, tratando de alcanzar la puerta.
¿si le gustaba madrid? era una pregunta que se había hecho miles de veces, y nunca sabía qué contestar.
Salió a la calle, y en las aceras abarrotadas, en las terracitas abarrotadas, en las tiendas abarrotadas, se respiraba en todo Madrid la llegada del buen tiempo, y en los árboles solitarios que apagaban a medias nostalgias de horizontes verdes, habían brotado ya, como una explosión repentina e instantánea, las hojas verdes y los capullos de flores que más tarde se abrirían siguiendo un inexplicable instinto ancestral; los árboles no entendían de calendarios, pero nadie mejor que ellos sabía cuando llegaba la primavera. "Es más" pensó, con la mirada volando sobre las ramas ya no desnudas, ya no raquíticas, "ellos son la primavera".
De todas las ciudades que habían marcado su vida, Madrid era con diferencia la ciudad con la que ella había mantenido una relación más intensa, de amores y odios tempestuosos, de dependencia febril y agobio enloquecedor.
Cuando vivía en ella quería irse, cuando vivía fuera de ella la echaba desesperadamente de menos.
Pensó en lo que el inglés con incontinencia verbal había dicho acerca de esa (su) ciudad: que era joven, que era alegre, que vivía más de noche que de día, que la gente se tomaba el vermú a cualquier hora, que las chicas eran guapas y el acohol barato. Paseando su mirada por las estrechas callejuelas de las inmediaciones de la Plaza Mayor, comprendió que una ciudad como Madrid pudiera resultarle tan excitante a un londinense aburrido de niebla y lluvia. Le gustaba esa parte de la ciudad, más que los barrios cuadriculados de avenidas anchas en los que se respiraba tranquilidad y, por qué no, dinero. Le gustaba más el Madrid castizo, el madrid de callejuelas imposibles que se doblaban y replegaban sobre sí mismas una y otra vez, el Madrid laberíntico de pasadizos en los que apenas cabía un coche y que se convertían en el horror de cualquier turista desprovisto de un buen mapa callejero.
Mirando a la gente que paseaba tranquila en la ciudad atestada de tráfico y ruidos de bocinas, se dijo que no había conocido ciudad más frívola que Madrid; era una ciudad frívola, cosmopolita a medias, tolerante a medias, como un pueblo grande que no se hubiera ascostumbrado del todo al aluvión de inmigración y turismo. Excitante y temible a partes iguales, Madrid es la amante infiel que promete y a veces no cumple: y se la odia, pero no se puede evitar amarla.
El atardecer comenzaba a caer y ella se dirigió a la Cibeles paseando sin prisa por una calle Alcalá sorprendentemente descongestionada de tráfico y ruidos de motor: alguna obra de esas que destripaban la ciudad por cualquier sitio habría desviado el tráfico por la Gran Vía, por la Castellana tal vez. El aliento se le congeló en el pecho, como cada vez que pasaba por esa plaza de barrocos contornos; la Cibeles era el cénit absoluto de la belleza del Madrid en el punto cúlmine de su esplendor. Desde cualquier perspectiva, desde la Gran Vía viendo la Casa de América y el Banco de España, con la puerta de Alcalá a lo lejos, desde la Calla Alcalá con la vista del ángel metropolitano escuplido en oro y roca, o desde la castellana conteplando el nacimiento de la arteria principal de la ciudad, esa plaza le ayudaba a recordar por qué amaba a esa ciudad de noches interminables y rincones inciertos.
Llevaba un par de años sin vivir en Madrid, había salido de ella agobiaba por la lejanía de todos los mares posibles, pero la necesitaba en noches de insomnio y nostalgias inexplicables.
La gente que vivía en Madrid necesitaba salir por lo menos una vez al año y ver el mar, y ver el horizonte sin edificar; ella en cambio necesitaba zambullirse de vez e cuando en aquel océano de cemento y asfalto, y volvía entonces al sur de Francia revitalizada y odiándola y amándola más que nunca.
Se acordó de algo que había dicho alguna vez un tal Joaquín:
una ciudad invivible pero insustituible. Y eso era exactamente lo que era.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

personas que te venden paz espiritual,
atascos que te extresan sin poder escapar
miradas ilusiones que te pueden llevar
a la cama de un hotel o la de un hospital
mujeres que se venden por una cantidad
amigos de bajero intentan tantear
sirenas en las calles redada policial y un viejo a las palomas alimenta con pan....
MIRA QUE ES EXTRAÑO ! sigo aki en madrid
y despacio me va matando
hombres de ojos cansados
que no pueden soñar
multas de aparcamiento sin poder aparcar
gente q arregla el mundo pero siempre en el bar!!mirada paradera
que bonita esta !
rios de transeuntes que no paran de andar
politicos corruptos con reflejo ancestral
en la cola del paro 2 chicos estan mal
rockeros,soñadores y hasta gente normal
MIRA QUE ES EXTRAÑO quiero irme de aquí....y a la vez lo sigo amando

NO NO NO NO NO ES QUE SEA EXTRAÑO!!!!!!!!!!


EN SUS CALLES APRENDÍ....A SEGUIR LUCHANDO

Anónimo dijo...

esta es la respuesta a la pregunta que tantas veces se hacia esta chica