viernes, 13 de abril de 2007

El pañuelo

¡El 7!
El familiar grito de una voz femenina desconocida para mis pies en seco en medio de la calle. Doy media vuelta, y la escena con la que m encuentro me fascina, me deja paralizada.
Un grupo de niños jugando al pañuelo. No sé si os acordaréis de aquel juego infantil, yo tuve que esforzarme por recordar las reglas. Cómo pasa el tiempo, he pensado, consternada, haciendo cálculos mentales de los veranos que hacía de aquellas tardes de calor y zapatillas de deporte.
Me encantaba ese juego, genial de puro simple. Dos equipos frente a frente se disputan un pañuelo que alguien sostiene justo en el medio.
Las risas de los niños me hace sonreír. No puedo evitar quedarme unos minutos obervando a los niños jugar, olvidando momentáneamente mis importantísimas obligaciones. La portadora del pañuelo, la que da las órdenes, me mira, me sonríe cómplice.
Es divertido mirar, pero es más divertido jugar, pienso, y por primera en mi vida he sentido un dolor agudo y extraño, agridulce: la consciencia de lo irrecuperable.
Las voces de los niños llenan de cálidos ecos la calle mientras pienso que ya no volverá a haber tardes de calor y juegos en el parque, de campamentos de verano, risas en lagos helados y confesiones bajo los sacos de dormir. Y he sentido, pese a que prácticamente aún estoy empezando a ser joven, el peso de los años que tengo y los que me quedan por tener, la insportable nostalgia de aquéllo que se ha perdido para siempre.
Caminando cabizbaja bajo la tarde luminosa, dejando atrás el griterío infantil, pienso que es una etapa especial, la infancia: se depende para casi todo de los padres, para ir, para venir, para vestir, para comer. Sin embargo, nunca se es más libre, porque no se necesita nada más que aquéllo que se tiene inmediatamente al alcance de la mano.
-¿A qué hora te vas?
Casi no acabo de sentarme en la silla y ya esta deseando que m vaya…
-No te preocupes Sergio, que hoy vamos a dar mate- le dijo sonriendo, pellizcándole una mejilla.
Me mira como si le estuvieran torturando con hierros candentes, y, con voz desgarrada y gestos melodramáticos me dice:
-No porfavor, que hoy es viernes.
-Bueno, ¿y qué vas a hacer este fin de semana?-le pregunto, pues, al fin y al cabo, yo tengo tantas ganas de enseñarle las ecuaciones de primer grado como él de que se las enseñe.
Su carita llena de pecas se ilumina y empieza a contar con los dedos:
-Por la mañana jugar al tenis con mi padre, luego he quedado cn mis amigos, tengo un juego nuevo de la play, mi madre ha hecho tarta de chocolate…un fin de semana perfecto, vamos.
Y yo me asombro, y siento envidia, de lo poco que necesita él para ser feliz, y de lo mucho que necesito yo, siempre vagando a la deriva en un mar de inseguridades, relaciones tortuosas, preocupaciones más o menos banales e incipientes jaquecas de responsabilidad.
Un balón, un amigo, y una tarta de chocolate. La verdad, qué mas se puede pedir.
-Sergio, disfruta mucho de tu edad-le digo, entre racíes cuadradas y equis e ies.- Es la más bonita.
Él me mira con sus grandes ojos azules llenos de interrogantes, y me pregunta sin asomo de ironía (probablemnte no sabe lo que es la ironia):
-¿No te gusta tener 21?
Yo le digo, mirando por la ventana, suspirando, que bueno, que no esta mal, tiene su aquel. Pero ni punto de comparación.
Y él se encoge de hombros y sigue en su mundo de pilla pillas y oliver y benjis, y yo pienso, lo malo de la infancia es que no se tiene la conciencia de lo bonita que es hasta que ya no se es niño. Aunque supongo que en este desconociemiento está, precisamente, su encanto.
Y vuelvo a sentir envidia, pero ahora es envidia sana.

4 comentarios:

Alberto Mateos dijo...

Yo leyendo esto me emociono, no solo por lo que dices sino por la forma de escribirlo. Te hace pensar lo afortunados que éramos sin responsabilidades...
En fin, supongo que cada época tendrá su encanto pero yo creo que "cualquier tiempo pasado fue mejor". Gracias Jime.

diana dijo...

jopeeeeeee jime...me encanta este post!!ojalá puediese volver a la infancia cuando todo era divertido y no teníamos ninguna responsabilidad a parte d jugar a la goma y a la cuerda toda la tarde!en fin...me encanta tu blog!!un besitooooooo!!!

poti dijo...

que afortunados eramos...y somos!!

volver a la infancia...
¿y cabrearme porque mis zapatillas no son de marca?
¿y tener que pedir permiso para ir a casa de un amigo?
¿y tener que comer coliflor sí o sí?
¿y no poder comer todas las chucherías que me apetezcan?
¿y tener que acabar los deberes para salir a la calle?
...

Yo soy de los que piensan que no hay mejor momento para ser feliz que ahora mismo...por si luego lo echamos de menos!!

Alberto Mateos dijo...

Wenas!!
Jajaja esta claro que la etapa que estamos viviendo ahora es una de las mejores de nuestra vida xo la infancia...no se...era todo tan facil...
Y por cierto, yo no me cabreaba si mis zapas no eran de marca y por lo demas...la coliflor me la tengo que seguir comiendo si o si, y tengo q pedir permiso para todo...jejeje.
Bueno que despues de frivolizar un poco que muy bonito el post.
Saludos!